Estudiante del Doble Grado de Periodismo y Filosofía de la Universidad de Navarra. Aficionado a los buenos podcast y a terminar sus artículos de madrugada. Del Atleti desde pequeño.
El olor a café llena la sala. Como es hora punta, las sillas se empiezan a llenar de universitarios. Cada vez más mochilas, fundas de ordenador y carpetas llenan las mesas, las sillas y el suelo. En cosa de 10 minutos, la cola para pedir el café y algún bollo se ha alargado hasta la puerta de entrada. El resultado de tanta gente junta en torno al café da un resultado maravilloso: el murmullo. Esa banda sonora que ejerce como cortina perfecta para que cada uno entre en su conversación, donde cada grupo da a luz a una conversación. Me paro a escuchar, metiéndome en las conversaciones, traspasando la cortina. En el momento en que centro la atención de mi oreja, encuentro conversaciones de todo tipo. Muchas personales, por lo que huyo de ellas. Sin embargo, una me cautiva. Un grupo de seis, chicos y chicas, se acaban de sentar en la mesa de al lado. Hablan sobre viajar: - Lo más probable es que termine haciendo un máster en Madrid – dice el primer chico. Abre el melón. - Bah, Madrid no me gusta nada. Yo me iría a Estados Unidos – dice su compañera mientras se arregla el vestido. - Jolín, ¿y la India? – dice otro de los chicos antes de echarse el azúcar en el café. - Mi hermana ha estado en Milán y dice que no tiene desperdicio – dice una chica, convencida del criterio de su hermana. - ¿Milán? La ciudad más sobrevalorada que existe. – dice otro de los chicos - - - - ¿Qué dices? Se nota que no has estado – refuta la chica, convencida de que su hermana tiene razón. - Yo me iría lejos, a Kenya. – sigue el hater de Milán. La conversación continúa y vuelve a Madrid, los másters y el nivel de las discotecas de la ciudad (criterio diferencial en la elección del destino). La conversación no tiene mucho más fondo. Son un grupo de chicos y chicas, universitarios que van a terminar la carrera y miran al medio plazo con ilusión y con ganas de conocer el mundo. Acto seguido, me meto en Twitter, a la espera de que se termine el descanso para volver a clase. Veo un tweet de EU_Social, una especie de apéndice oficial de la comisión europea que lanza datos sobre situaciones sociales. El dato que lanza esta vez es estremecedor: “Desempleo juvenil en la UE en junio de 2023: 1. España (27,4%) 2. Grecia (23,6%) 3. Suecia (21,8%) Me pica la curiosidad, y me da por comprobar si esta tendencia es continua, o hablamos de una situación del momento. Mayo, abril, marzo... 2023. España en el top 2 en cada uno de los rankings. En 2022, la tendencia no mejora, salvo alguna caída al top 3. Se confirman las peores de las sospechas. Tenemos un problema: los jóvenes en España lo tenemos difícil para encontrar empleo. Así que me pongo a pensar. ¿No es extraño? ¿Acaso hay alguien que no goce de oportunidades para recibir una formación decente? De modo que me pongo a pensar en la educación en España. No, no puede ser. Cada ciudad tiene escuelas, incluidos muchos pueblos. Aunque pueda tener mis dudas acerca del nivel de la educación que se imparte, no falta una oportunidad ahí. ¿Formación superior? Es verdad que tanto escuelas de formación profesional como universidades no faltan, pues en casi cada ciudad de España hay, por lo menos, una universidad. No puede ser un tema de oportunidades para formarse y obtener un trabajo cualificado. Claro que no. Todos, si quieren, pueden alcanzar una formación superior. Algo pasa. Vuelvo la mirada hacia el grupo de universitarios, siguen conformando la lista de destinos. Rápidamente, pienso en hermanos, amigos, amigos de amigos, conocidos, incluso algún que otro Blogger universitario... Todos en una franja de entre 22 y 30 años. Muchos de ellos, con la carrera terminada, trabajan ya fuera o van a hacerlo. En conversaciones con ellos, siempre me ha impactado que los que trabajan en España desearían hacerlo con mejores condiciones, y se plantean irse. Mientras que los que están fuera suelen pensar al revés, se les valora económica y laboralmente su trabajo, aunque desearían volver a España. He oído hablar de un concepto llamado “fuga de cerebros”, así que me pongo a investigar entre los principales periódicos económicos, que intuyo que podrán hablar con propiedad del tema. Cinco días, artículo de María Dolores Salvador Moya (Vicerrectora de Empleo y Formación permanente de la Universidad Politécnica de Valencia). Como su cargo es largo, me convenzo de que ella sabrá más que yo acerca de este tema. Y me explica que, en efecto, España lleva desde hace unas décadas sufriendo una sangría de talento, que se va a buscar las oportunidades fuera, y parece que da con una clave para la solución del problema: cuanto más vinculadas están las universidades y las empresas, más fina y eficiente se convierte la formación de cara al mundo laboral. El artículo me ayuda un poco, aunque, como joven, sigo preocupado. La solución que me plantean no depende de mí. Esa vinculación necesaria, esas colaboraciones entre universidades y empresas... Me impacientan. ¿Cuánto tiempo tardarán, pues, a hacerlo de forma que ese 27% de paro juvenil (medio millón de jóvenes) se reduzca de verdad? Es muy noble la idea, pero forma parte de ese complejo sistema de empleados cualificados y empresas sin margen para invertir en mano de obra altamente cualificada que, a largo plazo, seguramente llegue tarde a solucionar mi problema actual. Bueno, el mío, y el de ese 27% (medio millón) de jóvenes que no encuentran trabajo. Vuelvo a mirar a mi lado. Más bien, a toda la sala. Y me llama la atención que, en lugar de pesimismo, se apodera de mí una visión fresca de las cosas. Rodeado de gente universitaria, todo me dice que algo puede cambiar. No veo que falte talento. Las universidades, las escuelas, todo está lleno de talento.