Estudiante de Periodismo y subdelegado de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra. Comunicación política, Apple y algo de Fórmula 1.
El Chat GPT y tantas otras herramientas de Inteligencia Artificial se han convertido en herramientas muy útiles para entregar trabajos académicos. Esto pone de manifiesto que los jóvenes se adaptan mucho mejor a las nuevas tecnologías de lo que lo hace el sistema educativo. Aquí radica uno de los problemas principales: ponemos parches a las goteras en vez de arreglar la avería. Por mucho que Turnity desarrolle su propio detector de Inteligencia Artificial, las correcciones siempre son a posteriori y el modelo ensayo-error no ofrece una solución válida.
El otro día escuché la fórmula que aplicaba un profesor de universidad para afrontar este nuevo reto: pedía a sus alumnos tres ensayos breves (uno de elaboración propia y dos elaborados por el chat GPT) y si los elaborados por la máquina eran mejor que los que había hecho el alumno la entrega estaba suspensa. Esta solución es interesante porque enfrenta al alumno directamente con el problema. Si una máquina trabaja mejor que nosotros, somos profesionalmente prescindibles.
El progreso que antes perseguía la eficiencia está ahora llamado a ser la selección natural del siglo XXI. Esta afirmación —que se limita a lo profesional— lleva a dos conclusiones: que los buenos nunca serán reemplazados por una IA y que el ser humano desempeña tareas humanas mejor que cualquier tecnología. Todos estamos llamados a utilizar estas herramientas para mejorar el resultado, ganar tiempo y abaratar los costes pero no hay cabida para un mundo donde los robots elaboren noticias en prensa ni juzguen la culpabilidad de un acusado. La tarea del periodista no puede limitarse a contar los hechos siguiendo las normas ortográficas, los criterios de noticiabilidad y la pirámide invertida porque eso lo puede hacer una IA. Una máquina nunca cometerá un error ortográfico y los redactores con frecuencia se equivocan. ¿Por qué confiar en el ser humano a estas alturas? Porque las diferentes tecnologías nunca serán originales y nosotros sí. Es cierto que nuestra originalidad está limitada porque parte de la experiencia y, por tanto, hablamos de una producción diferente que combina elementos ya existentes para elaborar algo novedoso que existía en potencia. Una lanza, por ejemplo, es un ejemplo de esto. La piedra, la cuerda y el palo los encontramos en la naturaleza pero desarrollar una lanza es algo propiamente humano porque requiere de originalidad (atendiendo a la definición dada antes).
Con todo esto considero que el Chat GPT y las futuras invenciones no han venido a sustituir a los buenos sino a los mediocres. Ningún medio de comunicación contratará a un periodista que sepa las normas de escritura y los criterios para publicar si no tiene espíritu crítico y capacidad de entender los cambios sociales. Lo creativo es más valioso que lo mecánico en tanto que es una actividad más humana. Nadie se hubiera enterado del Watergate si las noticias del Washington Post en los años setenta las hubieran escrito máquinas.
Ante este cambio —y simplificando un asunto de gran magnitud— hay dos tipos de personas reacias: los buenos y los malos. Como si de una película infantil se tratase. Por un lado están las personas que advierten de los peligros que puede tener un mal uso de estas herramientas y por el otro los que rechazan todo progreso. Los primeros construyen y los segundos destruyen como si de un ludismo moderno e intelectual se tratase. Estos temían que el mundo fuera como en Star Wars y ahora sufren por si la historia acaba como en Terminator. Habrá que esperar al año 2029 para comprobar su teoría, aunque, como es lógico, sería imprudente obviar las consecuencias negativas de un mal uso.